Una vez fui Guardia Civil. Yo tenía 18 años, estaba flaco
como un palo de fregona y tenía un pelo largo y lacio que no me cabía en mi tricornio
de papel charol. Me tocó hacer la ronda por un barrio del extrarradio de Madrid.
Entonces fue cuando crucé la línea, cuando atravesé el umbral que separa la realidad
de todo aquello que no es real, y entré por fin en La Taberna Fantástica.
Aquella
fue la primera vez en mi vida en la que me subí a un escenario. Era el grupo de
teatro del instituto (al que yo ya no pertenecía, por cierto) y me saltaba las clases
de magisterio sin que mis padres se enteraran para actuar con ellos… Estrenamos
en octubre de 1996 en el salón de actos del propio instituto. La actuación tuvo
tan buena acogida que hasta hicimos representaciones fuera: otros institutos,
pequeños teatros de la comarca… La Taberna Fantas“tour”, le acabamos llamando.
Yo
me seguía escapando de clase, por supuesto… Era como una droga, y encima nos
invitaban a pizza. Grandísimos recuerdos, sí…
Foto de Enrique Carnicero |
Pero lo más fascinante era la magia, la ilusión del hecho
teatral. Porque aquella taberna no sólo era fantástica, en su título y en su
condición de lugar escenográfico… Durante la representación de la obra, se
volvía real. El espacio que delimitaba nuestro pequeño escenario tenía vida e
identidad propia. Pertenecía al mundo que habitábamos todos. Podría haber
estado en cualquier salón de actos de un instituto, en cualquier teatro del
mundo, que siempre hubiera sido la misma taberna de las afueras de Madrid…
Nosotros lo sabíamos. El público también… Ese ha sido siempre el pacto secreto,
el contrato no escrito entre los habitantes del mundo real, al que también se
le llama “público”, y aquellos seres prodigiosos, paranormales, que llamamos
“actores”, que son capaces de cruzar la frontera entre este lugar y la otra
dimensión. No hay más. Una o varias personas realizan una acción, pronuncian
unas palabras. Una o varias personas las contemplan en silencio, las escuchan, las
observan. Eso es el hecho teatral, el arte de la escena... La membrana
invisible que separa unos de otros es la frontera del sueño, es lo que delimita
el espacio sagrado donde ocurre el milagro. Ese milagro que sólo se produce
cuando público y actores conspiran juntos, secretamente, sin acuerdos previos.
Vengan. Súbanse a un escenario o siéntense en la butaca. Sitúense
a un lado o a otro de la línea mágica. Pero, se ubiquen donde se ubiquen, sabed
que ambos sois privilegiados. Yo, y todos los que hemos frecuentado ambos
mundos, podemos garantizarlo. Porque estáis alimentando vuestra imaginación,
vuestro espíritu, vuestra alma. Y os doy mi palabra: es tan adictivo como
hermoso.
Miguel A. González
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