Anoche cené emblanco. Ignoro si con ese nombre se le conoce
también en otras partes de la geografía española, pero, sea como sea, no deja
de ser uno de los guisos de pescado más sencillos y, a la vez, exquisitos.
Póngase a hervir en una olla dos litros de agua con una pizca de sal, un
chorrito de aceite de oliva, una cebolla y tres o cuatro patatas cortadas a
rodajas. Añádase una hoja de laurel y, si es su gusto, una pastilla de caldo de
pescado. Se puede añadir también un pimiento verde (recomendable) y un tomate
(no tanto) Tápese la olla durante diez o quince minutos, añádase medio kilo de
filetes o rodajas de merluza y, cinco minutos después, apáguese el fuego y
déjese reposar. Sírvase caliente, en plato hondo, con un chorrito de limón. Ahí
lo llevas. Rico, nutritivo y muy, pero que muy sano. Hace más de doce horas que
cené. Mi organismo ya lo ha digerido, ya lo ha asimilado. Sus principios y
nutrientes han pasado a mi sangre y forman parte de mí.
Anoche también leí Siddhartha, de Hermann Hesse. Supongo que
con ese nombre se le conoce en todo el mundo, pero, sea como sea, no deja de
ser una de las novelas de la literatura europea del siglo XX más conocidas. Es
breve y de estilo llano y sencillo, pero tiene un inconfundible sabor oriental,
exótico y profundo. Tómese un argumento hindú, cocínese despacio en una forma
narrativa, sazónese con un buen puñado de lirismo, filosofía, espiritualidad y
especias índicas. Sírvase en un correcto alemán, en doce breves capítulos
escritos en tercera persona. Ahí lo llevas. Nutritiva, sana, jugosa y muy digestiva.
Mis ojos lo han recorrido, mi mente lo está trabajando y mi espíritu lo
asimilará hasta incorporarlo en su interior y enriquecerse con ella.
Al final de cada día, cuando nos metemos en la cama y cerramos
los ojos, nuestro estómago habrá recibido sus alimentos, nuestra mente también.
Unas aceitunas en la terraza de un bar o unos versos escritos con aerosol en
una pared del parque. Un chuletón de ternera en un restaurante gallego o el
último disco de Radiohead en tus auriculares. No sé, podría seguir dando
ejemplos hasta la extenuación, pero supongo que queda muy claro a dónde quiero
llegar… Podemos ser exquisitos, carnívoros, devoradores de comida basura,
sibaritas, gourmets, vegetarianos, veganos, piscívoros, amantes de la huerta,
de la pasta, de las dietas hipercalóricas… Podemos ser también amantes de la
música clásica, o el flamenco, o el rock, o la salsa… O frecuentadores de
museos, ratas de biblioteca, buscadores de poesía, yonquis de la literatura y
los cómics, adictos al teatro, apasionados de la danza, cinéfilos
empedernidos... Constantemente estamos dándole alimentos a nuestro cuerpo, pero
también a nuestra mente. Y nuestro espíritu tiene un complejo aparato digestivo
que asimila todo ese material que recibe. Lo podemos educar más o menos, cuidar
su dieta, mimarlo o darle caña. Somos lo que comemos. Somos lo que asimilamos,
lo que incorporamos a nuestra sangre y a nuestra mente. Es una suerte, ¿no
creéis? Tanta cocina, tantas recetas, tanta cultura… ¡Tanto placer esperando
ser disfrutado!
No sé vosotros, pero de tanto hablar de esto me ha entrado
hambre. Y el caso es que tengo una amiga que está en la cocina ahora. Desde
allí me llega un olor agradable, irresistible. Está trabajando algo, a fuego
lento, pacientemente y con mucho amor. Se llama La Vía Escénica, y en este blog
tenéis los ingredientes, la receta y la posibilidad de acercaros a probar ese
plato. Hmmmmm… ¿Qué decís? ¿Le ayudamos a poner la mesa?
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