Los súper héroes no escasean. Os lo garantizo. Puede que las malas noticias
estén por todas partes, puede que las cosas no sean como deberían de ser, pero
yo os digo que, gracias a ellos, hay motivos para ser optimistas.
El otro día os hablé de Javi, que era capaz de volverse
invisible y de hablar con los árboles. Hoy me gustaría presentaros a Jesús.
Actualmente tiene 7 años, pero lo conocimos hace dos o tres veranos. Es bajito
y delgado, con la naricilla respingona y con un par de ojos rasgados y
despiertos que te dejan sin respiración cuando te miran. El tío es guapo hasta
decir basta. Tiene un pequeño defecto en las piernas que le hace caminar de una
forma muy particular. Anda de puntillas, torciendo un poco las piernas y meneando
las caderas y los hombros cuando va de un lado a otro. Pero eso no le hizo
perder nunca ni un ápice de su fuerza y de su arrojo.
Como no podía ser de otra
forma, el primer verano que estuvo con nosotros se ganó el derecho de custodiar
la llave dorada de la puerta que daba acceso a la piscina. Imaginad una fila de
más de cincuenta niños y niñas en bañador, con las toallas al hombro, las
chanclas, los juegos de cartas… Todos frente a aquella puerta verde, que aún
permanecía cerrada. Hacía calor y el aire olía a cloro y a crema solar. Estaban
esperando a Jesús que, llave en mano, con la toalla atada al cuello, las gafas
de piscina puestas y una gran jota pintada en su pecho desnudo, oía la llamada
de sus compañeros. ¡Teníais que verlo volar! Lo llevábamos en volandas,
cruzando el patio, y él extendía el brazo hacia delante, con el puño bien
cerrado. Siempre había algún ayudante a nuestro lado que se encargaba de agitar
su capa en el aire mientras duraba el vuelo, para darle más veracidad al
asunto. Y, jaleado por todos, Jesús llegaba a la cerradura, introducía la llave
y nos abría el camino hacia las azules aguas de la piscina. Nos hubiéramos
desmayado de pena y de calor si no hubiera sido por él…
Pero, de todas las hazañas realizadas por este personaje, la
que más me impresionó y la que siempre recordaré con más cariño, se produjo
hace apenas un par de meses. Jesús es un pequeño seductor, y una de sus
especialidades es la de robarle besos a las niñas. A veces se acerca a ellas,
sigilosamente, y les planta un beso en la boca. Claro, las niñas se enfadan y
protestan, y nosotros tenemos que regañarle un poquito y decirle que eso no
está bien. En la mejilla vale, Jesús, pero los besos en la boca, si son sin
permiso, pueden molestar. Desde entonces, a las niñas las besa en la mejilla y,
los otros besos, los reserva para las muñecas, que no suelen quejarse. Sirva
esta explicación previa para que os hagáis una idea de la tremenda capacidad de
dar cariño de nuestro súper héroe de hoy.
Pues resulta que, como iba diciendo,
hace apenas un par de meses estaba yo jugando en el patio con Paula, que
siempre me provoca para que la persiga y que me niega una y otra vez sus besos
(sí, definitivamente, va de besos la cosa). “Paula, ¿cuándo me vas a dar el beso que siempre te pido?”, le
pregunté. Y ella, desde lejos, se rió y me gritó: “¡Nunca!”. Resignado y triste, le contesté: “¡Me acabas de partir el corazón!”. Y entonces, Jesús, que estaba
por allí, contemplando aquella escena muy atento, echó a correr hacia mí, de
puntillas, y cuando llegó a mi lado, se llevó la mano al pecho y me dijo: “Toma, Migue, no te preocupes. Yo te doy mi
corazón. Toma…”
Me quedé mirándolo: allí estaba Jesús, con su manita
extendida, ofreciéndome un corazón nuevo para sustituir el mío, roto e
inservible ya… Él me quiere mucho, no creo que haga falta decirlo a estas
alturas. Siempre me cuida, siempre tiene palabras bonitas para mí, siempre me
anima cuando se sienta en las escaleras a acabarse el bocadillo y estamos
jugando al fútbol. Pero, eso que hizo, confieso que no me lo esperaba. Es muy
posible que se sintiera identificado conmigo en ese momento. No en vano, a él
también le habían negado un montón de besos… El caso fue que sonreí, le di las
gracias, acepté su corazón y me lo guardé bien dentro. Y, desde entonces, no he
vuelto a ser el mismo.
Miguel A. González