abel La Vía Escénica: LAS NUEVE HERMANAS (por Miguel A. González)

jueves, 18 de diciembre de 2014

LAS NUEVE HERMANAS (por Miguel A. González)

“Si la inspiración llega, que me encuentre trabajando” (Pablo Picasso)

Dice la mitología griega, posiblemente la mitología más rica y fascinante que el ser humano tiene a su disposición (he dicho posiblemente, perdónenme simpatizantes de mitología egipcia, china, germánica, hindú o de pueblos africanos o polinesios), dice, pues, la mitología griega, que existen, o existían, unos seres femeninos, nueve en concreto, que eran hijas de Zeus y de Mnemósine, la personificación o diosa de la memoria. Y dice dicha mitología que esas nueve hermanas, esas nueve semidiosas, tenían, o tienen, el poder de inspirar en nosotros, simples mortales, la facultad de crear. Cada una tenía su nombre, pero en conjunto las conocemos por el nombre de musas. 

Podemos imaginar, por lo tanto, a nuestro alrededor, la presencia de unos seres invisibles que nos sobrevuelan, nos rozan el cabello con sus dedos semidivinos o susurran a nuestra espalda. O quizá vienen a nuestro encuentro cuando soñamos y nos hacen entrega de regalos brillantes y confusos, bocados de otro mundo que tienen ese sabor extraño que el despertar se encarga de desdibujarnos del paladar. Ese duende del que hablan los entendidos del flamenco debe ser un primo lejano de ellas, supongo.

El caso es que no sabría decir cuándo o dónde aparecen, y, suponiendo que lo hagan, por cuánto tiempo nos hacen merecedores de su compañía. Sé que no siempre acuden a nuestra llamada. Quizá porque son caprichosas y esquivas y traviesas (mujeres adolescentes, al fin y al cabo) Quizá porque no sabemos cómo convocarlas correctamente. 

Recuerdo ahora a Fernando Pessoa, un poeta portugués que, en sus ratos libres, creaba otros poetas imaginarios que incluso se escribían cartas entre ellos criticando a su propio creador. Pessoa, que una tarde, en Lisboa, se puso a escribir sobre una cómoda y se vio inmerso en un estado de posesión mental que nunca antes había sentido ni volvería a sentir jamás, según él mismo contaba, y que duró varias horas. “Fue la tarde triunfal de mi vida”, escribió. Recuerdo también a Franz Kafka, que la noche del  22 al 23 de septiembre de 1912 escribió, en una fase parecida al trance, un relato titulado “La condena”, y cuyo nombre no podía estar mejor elegido, porque esas páginas lo condenaron definitivamente, y por suerte para nosotros, a la literatura. Ejemplos similares debe haber miles. Las nueve hermanas también deben moverse con soltura en la locura y las drogas, y si no que se lo pregunten a Van Gogh, o a Charlie Parker, o a Jimmy Hendrix… O a Friedrich Nietzsche, que tanto sabía sobre los griegos y que acabó sus días en un sanatorio por haber llevado su mente hasta el vértigo. Repito: ejemplos así…

¿Habéis sentido algo similar alguna vez? No importa si escribís o no, no importa si pintáis o tocáis la guitarra, o si estáis estudiando para el examen de mañana o estáis fumando en el banco de un parque mientras miráis las palomas. En serio, ¿en algún momento de vuestras vidas habéis tenido la sensación de que la lucidez os arrebata, de que os hace suya sin que vosotros lleguéis a saber qué coño os está pasando? ¿La sensación de que, durante esos momentos (que no podemos elegir cuándo suceden) estáis en estado de gracia? Picasso, que sabía muy bien lo impuntuales que son las musas, las esperaba trabajando. Los actores y los músicos las citan sobre las tablas de sus escenarios y, cuando ellas se digan a venir, el público siente que allí arriba hay alguien más, algo así como presencia, un aura extraña, un duende.


Son ellas. Son las nueve hermanas. Ellas son las que encienden la bombilla esa que los dibujantes colocan sobre las cabezas de sus personajes cuando tienen una idea genial. Ellas nos traen la revelación de un Más Allá donde debe residir la Belleza que, solo a ratos y en pequeñas dosis, gotea sobre nuestro mundo cotidiano, y que a veces ni la entendemos. No me extraña que los griegos las imaginaran hijas de un dios. Hacedle caso a los griegos. Ellos sabían de lo que hablaban. 

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